Vivir en estado de vigilancia permanente
Manuel Castells
La digitalización global de datos
ubica a todos los ciudadanos en el papel de espiados tanto por los
estados que dicen luchar contra el terrorismo como por quienes buscan
más consumidores.
El Estado nos vigila y el Capital nos vende, o sea vende nuestra vida transformada en datos.
El 97% de la información del
planeta está digitalizada. Y la mayor parte de esta información la
producimos nosotros, mediante Internet y redes de comunicación
inalámbrica. Al comunicarnos transformamos buena parte de nuestras vidas
en registro digital. Y por tanto comunicable y accesible mediante
interconexión de archivos de redes. Con una identificación individual.
Un código de barras. El DNI. Que conecta con nuestras tarjetas de
crédito, nuestra tarjeta sanitaria, nuestra cuenta bancaria, nuestro
historial personal y profesional –incluido domicilio–, nuestras
computadoras –cada uno con su número de código–, nuestro correo
electrónico –requerido por bancos y empresas de Internet–, nuestro
permiso de conducir, la matrícula del coche, los viajes que hemos hecho,
nuestros hábitos de consumo –detectados por las compras con tarjeta o
por Internet–, nuestros hábitos de lectura y música –gentileza de las
webs que frecuentamos–, nuestra presencia en los medios sociales –como
Facebook, Instagram, YouTube, Flickr o Twitter y tantos otros–, nuestras
búsquedas en Google o Yahoo y un largo etcétera digital. Y todo ello
referido a una persona; usted, por ejemplo. Sin embargo se supone que
las identidades individuales están protegidas legalmente y que los datos
de cada uno son privados. Hasta que no lo son. Y esas excepciones, que
de hecho son la regla, se refieren a la relación con las dos
instituciones centrales en nuestra sociedad: el Estado y el Capital.
En ese mundo digitalizado y
conectado, el Estado nos vigila y el Capital nos vende, o sea vende
nuestra vida transformada en datos. Nos vigilan por nuestro bien, para
protegernos de los malos. Y nos venden con nuestro acuerdo de aceptar
cookies y de confiar en los bancos que nos permiten vivir a crédito (y,
por tanto, tienen derecho a saber a quién le dan tarjeta). Los dos
procesos, la vigilancia electrónica masiva y la venta de datos
personales como modelo de negocio, se han ampliado exponencialmente en
la última década por efecto de la paranoia de la seguridad, la búsqueda
de formas para hacer Internet rentable y el desarrollo tecnológico de la
comunicación digital y el tratamiento de datos.
Las revelaciones de Snowden sobre
las prácticas de espionaje masivo del mundo entero (con escasa
protección judicial o simplemente ilegales) han expuesto una sociedad en
la que nadie puede escapar a la vigilancia del Gran Hermano, ni Merkel.
No siempre ha sido así porque no estábamos digitalizados y no existían
tecnologías suficientemente potentes para obtener, relacionar y procesar
esa inmensa masa de información. La emergencia del llamado big data,
gigantescas bases de datos en formatos comunicables y accesibles (como
el inmenso archivo de la NSA en Bluffdale, Utah) ha resultado del
reforzamiento de los servicios de inteligencia tras el bárbaro ataque a
Nueva York así como de la cooperación entre grandes empresas
tecnológicas y gobiernos, en particular con la Agencia de Seguridad
Nacional de EE.UU. (que forma parte del Ministerio de Defensa, pero que
goza de amplia autonomía).
El director de la NSA, Michael
Hayden, declaró que para identificar una aguja en un pajar (el
terrorista en la comunicación mundial) necesitaba controlar todo el
pajar, y eso es lo que acabó consiguiendo, según su criterio, con una
flexible cobertura legal. Aunque Estados Unidos es el centro del sistema
de vigilancia, los documentos de Snowden muestran la activa cooperación
con las agencias especializadas de vigilancia del Reino Unido, de
Alemania, de Francia y de cualquier país, con la excepción parcial de
Rusia y China, salvo en momentos de convergencia. En España, tras la
escandalosa revelación de que la NSA había interceptado 60 millones de
llamadas, Snowden apuntó que en realidad lo había hecho el CNI por
cuenta de la NSA. Siguiendo la política de Aznar que dio a Bush permiso
ilimitado para espiar en España a cambio de material avanzado de
vigilancia. Y vigilaron a cualquiera que estuviera compartiendo
información. Pero fueron las empresas tecnológicas las que desarrollaron
las tecnologías de punta para el Pentágono. Y fueron empresas
telefónicas y de Internet las que entregaron datos de sus clientes. Sólo
se enfadaron cuando supieron que la NSA los espiaba sin su permiso.
Facebook, Google y Apple protestaron y encriptaron parte de sus
comunicaciones internas. Porque en realidad esa es una posible defensa
de la privacidad: comunicación encriptada facilitada a los usuarios. Sin
embargo, no se difunde porque contradice el modelo de negocio de las
empresas de Internet: la recolección y venta de datos para la publicidad
enfocada (que constituye el 91% de las ganancias de Google).
Aunque la vigilancia incontrolada
del Estado es una amenaza para la democracia, la erosión de la
privacidad proviene esencialmente de la práctica de las empresas de
comunicación de obtener datos de sus clientes, agregarlos y venderlos.
Nos venden como datos. Sin problema legal. Lea la política de privacidad
que publica Google: el buscador se otorga el derecho de registrar el
nombre del usuario, el correo electrónico, número de teléfono, tarjeta
de crédito, hábitos de búsqueda, peticiones de búsqueda, identificación
de computadoras y teléfonos, duración de llamadas, localización, usos y
datos de las aplicaciones. Aparte de eso, se respeta la privacidad. Por
eso Google dispone de casi un millón de servidores para procesamiento de
datos.
¿Cómo evitar ser vigilado o
vendido? Los criptoanarquistas confían en la tecnología. Vano empeño
para la gente normal. Los abogados, en la justicia. Ardua y lenta
batalla. Los políticos, encantados de saberlo todo, excepto lo suyo. ¿Y
el individuo? Tal vez cambiar por su cuenta: no utilice tarjetas de
crédito, comunique en cibercafés, llame desde teléfonos públicos, vaya
al cine y a conciertos en lugar de descargarse pelis o música. Y si esto
es muy pesado, venda sus datos, como proponen pequeñas empresas que
ahora proliferan en Silicon Valley.
Artículo de Manuel Castells en revistaenie.clarin.com
Fuente: http://ssociologos.com/2015/03/12/vivir-en-estado-de-vigilancia-permanente-manuel-castells/
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