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Alberto Bejarano Avila
El Tolima tendría que recibir mejor trato en la conceptualización sobre cuestiones vitales, es decir, merece que nuestro lenguaje cotidiano sobre temas públicos relevantes irradie principios y valores integracionistas y propositivos a efectos de calificar el examen crítico, legitimar la autoridad moral y política y contrastar talantes autoritarios y soberbios propios de la época feudal y no de tiempos de armonía, modernidad y acuerdos entre diferentes. Veamos algunos porqués:
Nuestra región tiene 23.512 km2, área superior (se ha dicho) a la de 96 países, los más cercanos: Belice, 22.996; El salvador, 21.040; Israel, 20,770; Eslovenia, 20.273. Su institucionalidad histórica de más de cien años deja hondas raíces de identidad. Cada uno de sus 47 municipios es complejo, rico y diverso territorio de desarrollo ligado a un destino común y no heredad electoral per se.
Ibagué debe atender una dualidad vital: ser municipio (más que ciudad) y ser, desde 1905, capital departamental. Ibagué es centro administrativo, educativo y político y en el, grosso modo, habita el 50% de la población regional y, cerca del 35% de su gente, es oriunda de los otros 46 municipios.
Este atisbo exige de hecho que Ibagué no asuma conductas absorbentes, centralistas o “autistas”, pues es sabido que el futuro de la capital está atado a la suerte de toda la región tolimense, razón que supone la integración municipalista y el diseño de una arquitectura regional de progreso y bienestar, integral y sistémica, que sólo un liderazgo de estadistas puede liderar y viabilizar.
Desde este apretado enfoque se puede imaginar a un Gobernador, un Alcalde de capitalidad, 46 mandatarios municipales y cientos de líderes empresariales, sociales y políticos sumando desde la diferencia y no sustrayendo desde el interés particular. Imaginar la conferencia anual municipalista (alcaldes, concejos y fuerzas vivas) para examinar problemas comunes, compartir experiencias e ideas de alto valor estratégico y trazar vías de progreso desde la particularidad y potencialidad de cada espacio territorial y de las sinergias que producen los esfuerzos inteligentes y compartidos.
Imaginar que el plan de desarrollo del Tolima (coordinado por la Gobernación y con instrumentos participativos de análisis) es la sumatoria de planes municipales, de estrategias pactadas, del plan maestro de emprendimiento público y privado y de un modelo de educación para el desarrollo con énfasis regionalista. Imaginar que los tolimenses acordamos, entre otros desafíos o ideas fuerza, reinventar el actuar político para trabajar por grandes causas sociales y económicas. Imaginar que somos región exportadora de inversión y que somos ejemplo de desarrollo en el siglo XXI.
Imaginar que vencemos la mentalidad de pobres y creemos poder hacer obras con capital público y privado básicamente regional (sabemos a qué viene y que deja el capital externo), Imaginar que las comarcas emprenden grandes obras. Pongamos un ejemplo: que Murillo, Líbano, Anzoátegui, Santa Isabel e Ibagué crean una APP para construir el “tren de alta montaña”, sugestiva idea que sumada a la vieja idea del tranvía de Ibagué, tendrían gran impacto en el centro y norte del Tolima.
¿Parece una ingenua cascada de quimeras? Tal vez sí, pero quisiera uno creer que es preferible ser utópico y no caja de resonancia de teorías y acciones que sólo recrean pesimismo y desesperanza; Creer que las persona reflexivas, hastiadas del discurrir insubstancial, errático e incierto, anhelan que la región tome rumbos promisorios; creer que una generación dispuesta a cambiar el curso de la historia bien sabe que no debe cometer los yerros de generaciones pasadas; creer que es cierto que “cambiando el lenguaje podemos cambiar la realidad”.
ALBERTO BEJARANO ÁVILA
Ibagué, Colombia
El Tolima tendría que recibir mejor trato en la conceptualización sobre cuestiones vitales, es decir, merece que nuestro lenguaje cotidiano sobre temas públicos relevantes irradie principios y valores integracionistas y propositivos a efectos de calificar el examen crítico, legitimar la autoridad moral y política y contrastar talantes autoritarios y soberbios propios de la época feudal y no de tiempos de armonía, modernidad y acuerdos entre diferentes. Veamos algunos porqués:
Nuestra región tiene 23.512 km2, área superior (se ha dicho) a la de 96 países, los más cercanos: Belice, 22.996; El salvador, 21.040; Israel, 20,770; Eslovenia, 20.273. Su institucionalidad histórica de más de cien años deja hondas raíces de identidad. Cada uno de sus 47 municipios es complejo, rico y diverso territorio de desarrollo ligado a un destino común y no heredad electoral per se.
Ibagué debe atender una dualidad vital: ser municipio (más que ciudad) y ser, desde 1905, capital departamental. Ibagué es centro administrativo, educativo y político y en el, grosso modo, habita el 50% de la población regional y, cerca del 35% de su gente, es oriunda de los otros 46 municipios.
Este atisbo exige de hecho que Ibagué no asuma conductas absorbentes, centralistas o “autistas”, pues es sabido que el futuro de la capital está atado a la suerte de toda la región tolimense, razón que supone la integración municipalista y el diseño de una arquitectura regional de progreso y bienestar, integral y sistémica, que sólo un liderazgo de estadistas puede liderar y viabilizar.
Desde este apretado enfoque se puede imaginar a un Gobernador, un Alcalde de capitalidad, 46 mandatarios municipales y cientos de líderes empresariales, sociales y políticos sumando desde la diferencia y no sustrayendo desde el interés particular. Imaginar la conferencia anual municipalista (alcaldes, concejos y fuerzas vivas) para examinar problemas comunes, compartir experiencias e ideas de alto valor estratégico y trazar vías de progreso desde la particularidad y potencialidad de cada espacio territorial y de las sinergias que producen los esfuerzos inteligentes y compartidos.
Imaginar que el plan de desarrollo del Tolima (coordinado por la Gobernación y con instrumentos participativos de análisis) es la sumatoria de planes municipales, de estrategias pactadas, del plan maestro de emprendimiento público y privado y de un modelo de educación para el desarrollo con énfasis regionalista. Imaginar que los tolimenses acordamos, entre otros desafíos o ideas fuerza, reinventar el actuar político para trabajar por grandes causas sociales y económicas. Imaginar que somos región exportadora de inversión y que somos ejemplo de desarrollo en el siglo XXI.
Imaginar que vencemos la mentalidad de pobres y creemos poder hacer obras con capital público y privado básicamente regional (sabemos a qué viene y que deja el capital externo), Imaginar que las comarcas emprenden grandes obras. Pongamos un ejemplo: que Murillo, Líbano, Anzoátegui, Santa Isabel e Ibagué crean una APP para construir el “tren de alta montaña”, sugestiva idea que sumada a la vieja idea del tranvía de Ibagué, tendrían gran impacto en el centro y norte del Tolima.
¿Parece una ingenua cascada de quimeras? Tal vez sí, pero quisiera uno creer que es preferible ser utópico y no caja de resonancia de teorías y acciones que sólo recrean pesimismo y desesperanza; Creer que las persona reflexivas, hastiadas del discurrir insubstancial, errático e incierto, anhelan que la región tome rumbos promisorios; creer que una generación dispuesta a cambiar el curso de la historia bien sabe que no debe cometer los yerros de generaciones pasadas; creer que es cierto que “cambiando el lenguaje podemos cambiar la realidad”.
ALBERTO BEJARANO ÁVILA
Ibagué, Colombia
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